Todo había sucedido demasiado rápido. No recordaba nada, solo vagos recuerdos de cómo habían trascurrido aquellas tres horas… oía gritos, llantos y miedo, mucho miedo.
Se encontraba aferrado a un listón de madera, probablemente procedente del escenario donde hace poco Gilberto Conrado cantaba una maravillosa aria. Había amanecido, el sol levantaba lentamente sus rayos sobre el, ahora tranquilo, mar. Empezó a despejar su mente de todo, y oteó sus alrededores… agua. Sólo agua y algún que otro petate u objeto del barco flotaba a algunos metros a su redonda. Estaba sólo, no se divisaba un alma. Empezó a chapotear con su listón y fue nadando hacia las pocas pertenencias del buque que aun quedaban flotando. Su cabeza empezó a hervir de recuerdos, y un nombre vino a su cabeza… Aylema. La joven que había conocido al principio del viaje y había sido su confidente, su amiga y su amante. Ella le ayudó a olvidar todo lo que había venido a olvidar a este barco y ahora… ¿dónde estaba ahora?
Divisó una especie de flotador a no pocos metros a su izquierda. Se dirigió hacia el. Se veía a salvo con el listón de madera, pero la comodidad del flotador le haría estar más seguro… él le había dado su chaleco, la había llevado a cubierta y había intentado por todos los medios ponerla a salvo en uno de los botes que salían del barco… pero el temporal era diabólico, las olas golpeaban el casco del barco una y otra vez, haciendo lo posible por volcarlo. Consiguieron montar en un bote y…
Tenía hambre. Aquella sensación había llegado a su cuerpo y creía que no le abandonaría nunca. Sabía que tarde o temprano moriría de hambre, sed o comido por algún tiburón que se acercase. Esperaba su muerte tanto como el placer de divisar tierra. Así siguió dos horas más, intentando olvidar todo lo sucedido, pero los recuerdos volvían a su cabeza como las olas a la playa.
Recordaba haber cenado con ella… haber pasado una velada inolvidable. Recordaba el viento de tormenta rozando su cara mientras la besaba… la recordaba agarrada a su cuerpo mientras las olas golpeaban el indefenso bote en el que intentaban su huida. La recordaba agarrándose a su mano, ya en el agua, mientras el bote se hacía mil astillas bajo el poder de las olas… la recordaba alejándose, gritando su nombre, llorando su amor perdido… y la vio.
Allá a lo lejos se divisaba tierra. Empezó a nadar con el listón, el flotador y las pocas fuerzas que le quedaban. La marea le ayudaba. Al cabo de seis horas, exhausto, llego a la playa y estuvo allí tumbado durante bastantes minutos, riéndose de su suerte y maldiciendo lo pasado. Sacó su mechero que milagrosamente aun permanecía en su bolsillo… ¡encendía! Milagro. Hizo una pequeña hoguera en la playa mientras no paraban de llegar restos de lo que en otro tiempo había sido su billete hacia el olvido.
Y con cada listón de madera, con cada resto del naufragio que llegaba a aquella desolada playa, otro recuerdo venía a su mente. Y con cada recuerdo, una puñalada hería su corazón, y lo arrastraba hacia la oscuridad más profunda. Se tumbó sobre la playa al lado de la hoguera, susurró su nombre… Aylema… y quedó dormido sobre pesadillas.
Elessar
1 comentario:
Un destino demasiado cruel para una historia tan llena de pasion y encanto, verdad?
Donde deber�a haberse tumbado era, en cualquier lugar de alguna playa alumbrada por una hoguera, pero junto a la mujer amada; s�lo y �nicamente junto a ella.
Me encant� tu historia. Muy bien escrita y llena de ecanto para los sentidos.
Besos tiernos y dulces para ti. Deseo que tengas un feliz fin de semana.
** MAR�A **
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